lunes, abril 17, 2006

Experiencias útiles para llenar el album
También han traído y distribuido una caja de insignias. Cada una de ellas llevaba el retrato de un señor diferente. Unos lucían bigotes, otros no. Uno de los señores tenía una perilla y dos eran calvos. Dos o tres llevaban gafas. Uno de los enkavedés recorría la clase de pupitre en pupitre y nos entregaba las insignias. Niños, dijo el maestro con una voz que recordaba el sonido de madera hueca, estos son nuestros líderes. Eran nueve. Se llamaban, Andreiev, Voroshílov, Zhdánov, Kaganovich,, Kalinin, Mikoián, Molotov, Jruschov, y el noveno prócer era Stalin. La insignia con su retrato era dos veces mas grande que as demás. Pero eso nos resultaba comprensible. El señor que ha escrito un libro tan gordo como Voprosy leninisma (con el cual aprendíamos a leer) debía tener una insignia mas grande que los otros.

Las insignias las prendíamos con imperdibles en la parte izquierda del pecho, donde los mayores llevaban las medallas. Pero no tardó en aparecer un problema: faltaron algunas. El ideal, o incluso el deber, consistía en lucir a todos los líderes, encabezando la colección, la insignia grande de Stalin. Lo dijeron los enkavedés: ¡hay que llevarlos a todos! Sin embargo, resultó que alguno tenía un Zhdanov y no tenía un Mikoían, y otro que tenia dos Kaganovich y ningún Molotov. Un día Janek trajo nada menos que cuatro Jruschov, que cambió por un Stalin (el suyo se lo habían robado). Teníamos entre nosotros un autentico Creso: Petrus, que poseía nada menos que tres Stalin. Los sacaba orgulloso de su bolsillo, nos los enseñaba y presumía de ello.

Un día, Jaim, que se sentaba en un pupitre junto al mío, me llevó aparte. Quería cambiar dos Andreiev por un Mikoian, pero le dije que los Andreiev tenían una cotización muy baja (lo cual era cierto, nadie lograba descubrir quien era el tal Andreiev) y no acepté su oferta. Al dia siguiente Jaim volvió a llevarme parte y sacó de su bolsillo un Voroshílov. Me estremecí de emoción. ¡Voroshílov era mi sueño! Llevaba uniforme, con lo cual olía a guerra. Y como la guerra ya la había conocido, me resultaba familiar. Por él dí a Jaim un Zhdanov y un Kaganovich, añadiendo además un Mikoían. En términos generales, Voroshílov se cotizaba muy bien. Al igual que Molotov. Por él se podían conseguir tres de los otros, debido a que los mayores decían que Molotov era importante. Tampoco se cotizaba mal Kalinin, tal vez por que su aspecto recordaba al de un viejecito de Polesie. Tenía una perilla rubia y era el único que esbozaba algo parecido a una sonrisa.
Kapuscinki, Ryszard (1993); El imperio. Barcelona: Editorial anagrama, 2003, pp. 15-16.

2 Comments:

Blogger juglar del zipa said...

En su teclado falla la D.

¿Y cómo así? ¿Antes de la caída del muro los equipos comunistas jugaban con equipos de nueve? Qué es lo que nos quiere decir don Rísard con su anéGdota.

3:32 p. m.  
Blogger Federico De la Regueira said...

Será verdad el mito que habla de un album con las estudiantes más buenas de los Andes, en la década de los 90?

7:54 a. m.  

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