de farra

Me contaban los abuelos que hace tiempo, navegaba en el mar una piragua. O mejor, que el primero era una fiesta. Que salían todos con sus pancartas muy tranquilos y felices a echarle madrazos al Estado opresor, a la violación de derechos humanos, al imperialismo transnacional y a sus siervos, la burguesía nacional arrodillada a los intereses del capital. Así iban ellos, tranquilos jugando en la calle mientras el lobo se ponía los zapatos. Los papás llevaban a sus hijos a gritar consignas inteligibles pero todos iban muy felices, en medio del jolgorio del día que conmemora la explotación del hombre por el hombre, y de la mujer por todos; los niños no porque ellos no importan. los indígenas tampoco porque ellos son niños. Y los negros menos porque ellos no existen. De cualquier manera, por ahi andaban todos como si no tuvieran problemas entre ellos, como si los troskos no fueran odiados por todos y como si gilberto no mirara por encima del hombro al resto de los participantes. Era una fiesta.

Ya no. No me quedan muy claras las razones de ese hecho, pero al parecer las cosas han cambiado. Como que los jovenes son muy gritones y andan echando arengas contra el imperialismo y la burguesía arrodillada, como que todos piensan que los otros son unos idiotas, como que los indígenas son niños y los negros no existen. Pero sobre todo no es fiesta porque hay ley seca. Antes los honorables sindicalistas podían salir a la calle con sus botellas de guaro a echarlo por el aire a que me cayera a mi, o a ti. A cualquiera. El caso es que era una fiesta. Y pues he de creerlo, porque siempre pasaba lo de todas las fiestas. alguien vomita, alguien le quita a novia (o) a alguien, algunos se van a los golpes, pintan las paredes, alguien rompe algo. Eso puede ser el signo de una buena fiesta, debe ser por eso que me lo decían. Ahora con tanto jovencito descarriado...